Lunes, martes, miércoles y jueves por la mañana me saca a pasear la humana. Viernes, sábado y domingo me saca el humano. No entiendo porqué duermen tanto, siempre soy yo el que se tiene que acercar a cada uno de ellos — dependiendo del día en cuestión — para decirles que es hora de salir. Una buena lamida basta para que inicien el proceso de levantarse de la cama. Ojala fueran más disciplinados, pero bueno, no pueden ser perfectos. Después de todo, me dan techo, comida y huesos — muchos huesos.
El otro día — era miércoles si mal no recuerdo, pues estaba con la humana — nos detuvimos en el local donde el humano enseña y lucha contra otros de su especie. Es un lugar amplio, con un piso negro muy suave y siempre hay un montón de ellos agarrándose y montándose unos encima de otros, tratando de matarse. Es muy divertido en realidad, es lo mismo que yo hago con mis amigos en el parque. La ventaja es que ellos tienen pulgares y pueden hacer cosas con sus patas que yo debo hacer con la boca. En fin, a lo que voy es que ese día aprendí un movimiento muy interesante que luego pude aplicar con mis amigos en el parque.
Aprendí a usar mis dos patas delanteras para colgarme de mis amigos — quienes usualmente son más grandes — y con mi peso les plancho en el piso y luego coloco todo mi peso encima de ellos. Los humanos hacen esto y mantienen el control del adversario hasta poder aplicar una finalización. Nosotros, en cambio, buscamos morder el cuello. Mis ancestros, los lobos, cazaban de esta manera. Mataban a sus presas mediante una mordida con presión constante sobre las arterias carótidas de sus presas hasta que morían por asfixia. Yo no hago eso, yo solo juego. La humana me da comida dos veces al día y cuando se olvida que ya me dio, tres veces. No tengo que salir a matar nada — por suerte.
El humano pasa mucho tiempo solo, sentado frente a una pantalla y algunos días escribe páginas, tras páginas, tras páginas, sin cansarse. La humana sale por la mañana y no regresa hasta tarde, cuando el sol ya se ha ido. Ella arregla los dientes a otros humanos, es por eso que siempre me esta revisando los dientes a mi. Si bien creo que los humanos son bien raros, debo admitir que tengo los mejores dientes de todo el barrio. El humano pequeño también sale por las mañanas, regresa y luego se va nuevamente por la tarde.
Yo, si debo ser sincero, prefiero estar en la casa. El humano y la humana suelen discutir por quien debe salir conmigo en las tardes y cuantas veces debería salir por día. Si pudiera hablar, les diría que no se preocupen, que en realidad solo me interesa estar con ellos el mayor tiempo posible, no importa si es en la casa o en el parque. Al final, puedo hacer mis necesidades en el balcón.
El otro día, el humano dijo algo que creo que había leído en un libro. Mientras me lo decía, se pausaba de vez en cuando con la mirada llena de escepticismo acerca de mi capacidad de entenderlo. Si solo supiera que entiendo mucho más de lo que el cree. En todo caso, me dijo esto:
— La naturaleza es un lenguaje, y para entenderla debemos aprender a escuchar sus silencios — y luego añadió, — El filósofo, al igual que el lobo, debe ser un observador silencioso, atento a lo que no se dice y lo que permanece oculto.
Me miró un largo rato, en silencio. De alguna manera, siento que ese día por primera vez nos pudimos comunicar. No con palabras, no con sonidos, no con lenguaje corporal, lo hicimos mediante el silencio. Ese día el humano aprendió la similitud entre la contemplación filosófica milenaria de sus antepasados, y la observación instintiva de los lobos. Yo sé que si ustedes me vieran en vivo se burlarían y dirían — Tu no eres un lobo, wey! — Sin embargo, puedo refutar su observación comparando a los humanos actuales con los humanos de hace cien mil años, así que mejor no ir por ese camino. Después de todo, tengo un 99,99% de material genético idéntico al de un lobo gris de la tundra ártica.
En cualquier caso, desde aquel día, el humano suele sentarse en silencio a observar. Sin música, sin pantallas brillantes, sin otros humanos, solo se sienta y observa. Aprendió el arte de ser y estar. Lo que pasó antes y lo que pasará después, es totalmente irrelevante comparado con lo que sucede ahora, en este momento.
Así que tú, si tú, que estas leyendo estas palabras, pon atención al ahora, es todo lo que tenemos.
Ah, y no te olvides de darle pollito a tu perro ;)
Ramón.
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