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Writer's pictureEsteban Darquea Cabezas

Lecciones de fondo: de la maratón al sprint

El trabajo artesanal y de máxima calidad está reñido con la velocidad. – Richard Sennett

Filípides, un mensajero griego, corrió 42,195 kilómetros desde la ciudad de Maratón hasta Atenas, para anunciar la victoria en una batalla. De allí sale el nombre de la famosa prueba de resistencia que consiste en correr esa distancia: la maratón. El sprint, por otro lado, es una carrera corta de 100, 200, o hasta 400 metros a la máxima velocidad posible. Con esto en mente, se puede concluir que es insostenible mantener el *pace de un sprint en la distancia de una maratón. Este ensayo busca resaltar la importancia de encontrar un pace — como dicen los gringos — adecuado para la vida.


*pace = ritmo: La velocidad o el tempo con el que se realiza una actividad o se desarrolla algo.


Conozco personas que han cometido el error de tratar a una maratón como un sprint. Parten la prueba de 42 kilómetros corriendo como murciélagos saliendo del infierno, solo para estamparse contra la pared a medio camino. Encontrar el pace adecuado que te permita llegar a la meta es — valga la redundancia — la meta en sí mismo.

 

Mi familia entera, o gran parte por lo menos, corre desde que me acuerdo. La clásica vuelta de 4 kilómetros (y un poco más) alrededor del parque de La Carolina fue, desde siempre, un indicador del estado físico que tenías. Recuerdo —  con olores y sonidos incluidos — la sensación de alivio al llegar a esa última curva antes de llegar a la Avenida Amazonas. Según mi papá o alguno de mis hermanos, esa última recta tenía un ligero desnivel hacia abajo, desde la avenida de Los Shyris hasta la avenida de La República. No estoy seguro si era un placebo, para aminorar un poco el cansancio de ese último tramo, o realmente existe ese desnivel.

 

Gracias a estas experiencias, desde muy temprano aprendí el concepto del pace, que ciertamente ha sido muy útil para la vida —  incluido el Jiu Jitsu. Aprovecho para mencionar a mi papá, y a mis hermanos y hermana, por esas experiencias y por la paciencia. Sepan que estoy eternamente agradecido, incluso por despertarme a las 5:30 am (en días de vacaciones de la escuela y más adelante del colegio) para salir a trotar en esas lluviosas mañanas frías de Quito. Simplemente gracias.



Del atletismo a los puños y las patadas. 


El pace, en una pelea, dictamina cual peleador tendrá suficiente gasolina para acelerar cuando más lo necesite. A medida que transcurre el tiempo, las reservas de energía disminuyen y en la gran mayoría de veces el ganador es aquel que mejor administra la reserva de combustible. He sido testigo de peleadores que se han quedado sin aire, sin combustible en media pelea (gassed out le llaman los gringos) y les prometo que no es un espectáculo bonito.


Pelear es duro, muy duro. En pocos meses cumplo cuarenta años y me doy cuenta de que mi cuerpo ya no se recupera como a los veinte. Las lesiones cada vez demoran más en sanar, por lo que mi entrenamiento debe ser cada vez más inteligente. Debo ajustar el pace, para los años que vienen. Mi entusiasmo y ganas de aprender siguen intactos, incluso más que a los veinte años cuando empecé. Con eso, ya tengo mitad de la batalla ganada. El mismo concepto sacado del atletismo y aplicado a las artes marciales. Y pensándolo bien, aplica a todo. 


Las nuevas generaciones y su pace insostenible


Tengo la sensación de que las generaciones más jóvenes no saben — o no quieren — encontrar un pace. Quieren todo en ese instante, de inmediato. Sostengo que esa forma de afrontar la vida es insostenible. Es el sprint en los primeros 5 kilómetros, sin pensar en los próximos 37. Afortunadamente, casi dieciocho años de estudio continuo del Jiu Jitsu me han enseñado a ser paciente. Aprendo mucho del agricultor que trabaja con fe ciega en ese sembrío, a sabiendas de que no disfrutará de sus frutos hasta dentro de un tiempo. O de aquel fabricante de catanas, la espada del samurái, que demora medio año entre forjar el acero, formar de la hoja, templar y pulir, para tener en sus manos una sola catana tradicional, única e irrepetible por el resto de la eternidad.


Me viene a la cabeza un comentario que escuché hace poco, de un atleta joven de Jiu Jitsu que comentó con su amigo: 


— No voy a tal lugar, porque el nivel no es bueno. 


Pensé intervenir y decirle lo siguiente: — Pero mejor quédate en ese lugar y conviértete en ese factor que contribuye a que el nivel suba. 


Lo pensé nada más, pero no se lo dije. A nadie le gusta que le repartan consejos que no ha pedido, y más aún de un desconocido. Así que mejor opté por terminar ese diálogo conmigo mismo.


Sin embargo, esas palabras quedaron resonando en mi cabeza. Pienso en los diez años que he dedicado en montar y administrar esta academia. Al principio, no existía ningún nivel, pues todos mis alumnos empezaron desde cero. Ha sido una prueba gigantesca aprender a ajustar el pace de la mejor forma posible, para no desfallecer en mitad de la carrera. Y esa mezcla de paciencia, amor y consistencia a lo largo de los años, ha convertido a esos alumnos nuevos e inofensivos, en unas máquinas de guerra, verdaderos artistas marciales que han dedicado extensas horas a pulir su oficio. La misión entonces, es ser sostenible a través del tiempo. Prosperar allí donde la gran mayoría desiste, en los últimos kilómetros antes de la meta.

 

¿Y cuál es la meta? preguntarán algunos. 


La meta, sin ánimo de ser fatalista ni mucho menos, es la muerte. Ella nos tiene puesto el ojo a todos nosotros. Solo nos queda armarnos de valor para levantar la cabeza y mirarla de frente. Después de todo, solo cuando recuerdas que un día vas a morir, te acuerdas de vivir. 


ED

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