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Animales Necios

Vicios y virtudes de una especie particular


Enormes filas se formaban a la entrada del nuevo local de ropa importada. Ese día, los esposos llegaron al centro comercial para tomar un café antes de las tres reuniones que habían agendado para ese soleado — pero extrañamente frío — lunes de septiembre.


La primera reunión sería con el consultor financiero en el lobby del nuevo edificio cuyo pent-house pensaban comprar. La segunda reunión, con el dueño de la empresa constructora. La tercera, con el diseñador de interiores. El ruido de los trenes impedía sostener una conversación mientras tomaban su café y observaban la enorme fila de gente moverse lentamente. Algunas personas se empujaban y discutían por entrar primero a comprar los trapos que se ponían de moda para esa temporada. Martha y Anselmo vieron el reloj que colgaba sobre la pared blanca enmohecida al mismo tiempo, se miraron y se dieron cuenta de que iban atrasados a la cita con el consultor financiero. Pero aún así, tomaron con calma los últimos sorbos de café.


Momentos después, Anselmo aceleró el BMW furiosamente para compensar los quince minutos que demoró en tomar aquel cappuccino. Al doblar la esquina antes de llegar a la construcción, mientras gritaba a Martha que lo dejara en paz, con el rabillo del ojo detectó al joven con el pequeño perro gris que cruzaban la calle. Su zapato derecho pisó el freno, pero resbaló y acto seguido se escuchó un grito. El zapato del chico quedó atrapado por el neumático frontal del lado derecho. Un segundo más y la historia hubiera sido otra, con un final trágico para el joven y su pequeño perro gris. 


Cosas de la vida. Casualidades. Una talla más de zapato fue la salvación del joven ese día.



Ese día saqué a pasear a mi perro, como lo hacía todos los días más o menos a la misma hora, cuando el sol comienza a desaparecer por el horizonte, pero aún reina la claridad. Fue a mitad del trayecto cuando me di cuenta de que faltaba vida en aquella calle. Un par de años atrás, el sonido de los pájaros camuflaba al de los carros que transitaban la avenida.

 

Ahora ya no. 


Me di cuenta de que aquel bosque donde habitaban nogales, guayacanes, capulíes y gran cantidad de eucaliptos, había desapareciendo paulatinamente. La vida pasó volando, como suelen decir, y recién ese día me di cuenta. Lo gris ha desterrado lo verde — pensé. Los terrenos se vendieron a grandes empresas constructoras que se peleaban como buitres por esa zona que en pocos años sería muy cotizada por extranjeros retirados. Con el bosque se fueron los nidos. Con los nidos se fueron los pájaros. Con los pájaros se fueron los sonidos.

 

La caminata se tornó gris y los sonidos se tornaron estridentes. El ruido se apoderó de aquellas caminatas que en un momento fueron pacificas.

 

Me disponía a cruzar la calle para llegar al parque. Entonces, el zapato izquierdo - que había comprado una talla más grande por equivocación - se me salió y me detuve para ponérmelo. Unos pasos antes de terminar de cruzar la calle sentí un fuerte dolor en mi pie. El BMW rojo me alcanzó a pinchar el mismo zapato, sacándolo por completo, pero sin hacer más daño que un pequeño rasguño en el talón. Todas las equivocaciones que precedieron la compra de esos zapatos de talla más grande finalmente fueron las que me salvaron en última instancia. Quizás si cruzaba la calle diez segundos antes no estaría contando esta historia. Afortunadamente Benji se había adelantado para orinar en el enorme eucalipto que se elevaba por encima del resto de arboles nativos en el parque. 


El conductor se bajó del carro y se aseguró de que yo estuviese bien. Recogió el zapato y me lo entregó en las manos. A continuación sacó dos billetes de cien de su billetera y me los entregó. No alcancé a emitir palabra alguna cuando ya el tipo se metió al automóvil y aceleró con el mismo ímpetu con el que dobló y me atropelló. — Todo lo solucionan con estos papelitos verdes y brillantes — me dije a mi mismo, mientras giraba los billetes de un lado a otro, viendo como los últimos rayos del sol golpeaban sus colores metálicos. Luego los doblé y los metí en el bolsillo de mi camisa antes de seguir caminando junto a Benji, acompañados de un atardecer mágico. 



¡Una rata! — gritó Martha, asustada. 

Tranquila amor, parece ser la última hembra que no pudieron encontrar los trabajadores antes de entregar la obra — Yo me encargo —  dijo Anselmo.


Esa noche Martha y Anselmo durmieron por primera vez en su nuevo pent-house encima de los terrenos que alguna vez fueron el hogar de un bosque de nogales, capulíes, guayacanes y eucaliptos. El trino de los pájaros fue reemplazado por los enormes generadores eléctricos. Los arboles reemplazados por postes de luz y los llanos que daban refugio a liebres y miles de insectos, se convirtieron en caminos de hormigón. 


En su primera mañana, salieron a caminar por la enorme propiedad llena de cemento y vidrio. Martha, con el rabillo del ojo, notó que algo cruzó de un arbusto a otro, rápidamente para no ser detectada.


¡Una rata! —volvió a gritar.


Un par de minutos más tarde Anselmo regresó con una escopeta recortada de doble cañón que había sido propiedad de su abuelo materno. Era el único bien que quedaba de su abuelo .


Tranquila Martha — dijo — mañana viviremos tranquilos nuevamente sin esta plaga.



Yo nunca más volví a la ciudad. Nuestra casa fue comprada por un conglomerado de empresas constructoras y no tuvimos más remedio que venderla a un precio de gallina enferma. Por ese motivo, salimos de la ciudad para buscar nuevas oportunidades.


En el internet hay anuncios absolutamente bizarros. He visto anuncios que ofrecen magia negra para usar en contra de gente que te ha ofendido, otros que ofrecen borrar el historial judicial de una persona, hasta un anuncio que ofrecía servicios sexuales con animales. Un montón de locuras se distribuyen por el internet. Un día, sin embargo, me llamó la atención uno en particular que ofrecía vida eterna.

 

Los constantes problemas en mi vida a raíz del cambio de casa y además, mi naturaleza curiosa, me llevaron a la primera reunión en las oficinas de esa empresa. La primera impresión me dio confianza. Unas oficinas de color blanco, con el mobiliario negro y las trabajadoras, todas mujeres, vestidas de manera impecable y elegante. Nada que ver con la bodega sucia y turbia que imaginaba antes de llegar.


La primera chica me llevó por un largo corredor hasta una oficina. Allí, una segunda chica, igual de elegante, me explicó el paquete básico. Consistía en pasar tu consciencia a una máquina con el fin de experimentar tu propio mundo en una realidad alterna e infinita — ese a la final era su slogan de ventas. Tres mil euros costaba el paquete básico y a medida que subía el costo, también aumentaba el acceso a otras amenidades. Por fortuna, con el paquete básico — el único que podía costear en ese momento — volvería a escuchar los pájaros mientras llevaba a mi perrito gris a caminar por el parque. El bosque donde habitaban los nogales, guayacanes, capulíes y gran cantidad de eucaliptos, volvería a renacer. Todo volvería a la normalidad.


Acepté.


Vacié la cuenta de ahorros, y en un acto impulsivo firmé el contrato para vivir para siempre. 


…pero claro, siempre y cuando pague las cuotas. 


Esa inversión inicial me daría un año completo y luego debería abonar dos mil euros por semestre para continuar con el plan. Firmé el contrato a sabiendas de que no iba a renovarlo. Ellos no lo sabían. Al finalizar el contrato y no renovarlo, me desconectarían y liberarían el espacio para otro cliente.

 

Lo bueno: tengo un año completo para disfrutar del bosque y los pájaros.


ED


 
 
 

* Las opiniones expresadas en este Blog son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan la opinión de COHAB Ecuador.

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