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Circos modernos

Lote#353 se prendía todas las mañanas a las 5:45am, como lo había programado la familia que lo adoptó. Su deber, durante muchos años, fue levantar a los más pequeños de la familia: dos hermanos gemelos y su hermana, Gia, dos años menor. Los despertaba, les daba de desayunar y se aseguraba de que lleguen a tiempo a la parada del bus escolar. El resto del día, estaba a las órdenes de la señora Lisa, quien — a pesar de ser humana — era bastante amable.


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Fue en una fría noche de Navidad, cuando Lote#353 fue abandonado en una esquina. Las leyes prohibían a los humanos terminar con las máquinas cuya batería aún estaba en funcionamiento. Entonces, para evitar multas o prisión, preferían desecharlas y reportarlas como perdidas. En esa noche buena, el señor Russo, jefe de la familia, había comprado un nuevo modelo de RAF (robot para atención familiar) de una empresa coreana. 


Para entonces, el problema ya no eran solo los humanos desplazados de fuentes de trabajo. Ahora los gobiernos debían lidiar con un sinnúmero de máquinas desplazadas por otras mejores, más nuevas y eficientes. Los semáforos de las grandes ciudades se convirtieron en circos protagonizados por hombres, mujeres, niños y máquinas que pretendían entretener a los conductores de las maneras más creativas posibles a cambio de una moneda.


En fin, Lote#353 mantuvo su programación desde las 5:45am hasta las 10:00pm, de lunes a domingo, sin descanso. Desde que fue abandonado, se dedicó a pedir caridad en los semáforos de la gran ciudad. Cuando el tráfico mermaba y solo pasaban vehículos no tripulados y uno que otro trabajador que se salía tarde de la oficina, Lote#353 regresaba a su lugar de descanso.

 

Un galpón viejo, cuyo techo se caía a pedazos y donde un montón de chatarra se oxidaba lentamente. Lote#353 pagaba un arriendo por conectar su batería allí, junto a cuarenta y seis otros aparatos que habían sido desechados o reemplazados, pero que todavía tenían vida útil. Y así aparecieron miles de galpones como ese, alrededor de todas las grandes ciudades, donde iban a parar otros como Lote#353.


Fue un jueves noche. Empezaba a llover cuando Lote#353 salió del galpón en dirección a la intersección donde siempre se ubicaba para recibir lo que generosamente le daban los conductores humanos que paraban en el semáforo. Su batería, cuya capacidad no pasaba del veinte por ciento para ese entonces, empezó a fallar como tantas otras veces. Sin embargo, esta vez fue diferente. A pesar de haberse conectado durante toda la noche, el pequeño foco empezó a titilar. Primero la luz amarilla que indicaba precaución, luego la luz roja que indicaba que se iba a apagar pronto.

 

Lote#353 dio media vuelta para regresar al galpón, quizás había un espacio libre en alguno de los enchufes. Lamentablemente, mientras cruzaba la calle, Lote#353 se apagó para siempre. Los conductores atrasados a sus trabajos pitaban histéricamente ante este obstáculo en medio de la vía. Lo esquivaban e insultaban a su paso, hasta que el semáforo finalmente se puso en rojo. Un conductor quedó justo al lado de Lote#353 y bajó la ventana para entregarle una moneda.


Al ver que la pequeña máquina no recibía la moneda, éste la lanzó furioso contra la pequeña pantalla trizada que tenía Lote#353 en su frente y rebuznó,


—¡Aparato malagradecido !— 


La luz verde se prendió en el semáforo nuevamente y el orate arrancó su vehículo a toda velocidad hasta llegar al siguiente cruce.

 

Allí lo esperaba otro circo moderno. 


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* Las opiniones expresadas en este Blog son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan la opinión de COHAB Ecuador.

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