Conversando con ángeles
- Esteban Darquea Cabezas

- Aug 7
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¡Mi pana! – solté apenas lo vi. La señora de la mesa de al lado me miró con recelo, pues no había nadie más allí.
— Te he extrañado mucho — le dije.
Mi pana Bryam falleció hace un poco menos de un año en un accidente. ¿Un choque, se cayó el avión, un terremoto? ¿Acaso importa?
Creo que no. No importa el cómo, solo importa el que ya no está.
Pero aun así, converso con él. Me ha contado, por ejemplo, que el paraíso es un lugar especial, difícil de describir. Me contó que parece un palacio blanco, con cuatro enormes columnas que sostienen un techo que no tiene fin, pero del que sale una luz que ilumina todo. En una ocasión me dijo que se sentía como en casa, que fue como volver al lugar del que partió hace milenios.
— Por supuesto — le dije — siempre supe que de verdad eras un ángel.

Un ángel en la tierra, como tantos otros que he conocido. Pero me he dado cuenta de que se camuflan muy bien, demasiado bien algunas veces. No sobresalen del resto. No quieren aparentar, ni ser el foco de atención. No publican cada cosa buena que hacen en redes sociales, ni andan comentando acerca de sus logros, que algunas veces son espectaculares. Caminan por la sombra mientras alumbran al resto. Seguro todos conocen a alguien así, aunque a veces no se les valora por esa misma razón. Se esconden de tal forma que cuando se debe dar el crédito a alguien, ellos nunca aparecen. Pero les digo una cosa: si tienen la suerte de tener uno de estos en su vida, agárrenlos fuerte y aprendan de ellos.
Mi pana, por ejemplo, nunca jamás alardeó de dar conferencias ante cientos de jóvenes. Jóvenes estudiantes, quienes necesitan un norte para salir adelante. Y ahí estaba mi pana Bryam, con un traje elegante y su voz suave e hipnotizante, tratando de darles ese norte que tanto buscaban. Quizás por eso tenía una infinita sed de conocimiento. Quería aprender más para compartirlo con esas pobres mentes jóvenes que ansiaban unas palabras de aliento, sobre todo aquellas que nacieron lejos del privilegio.
Mi mujer tiene un sexto sentido para las personas y, en este sentido, me ayuda a monitorear la energía de la gente con la que nos rodeamos. Ella amaba a Bryam, ese hecho por sí solo, ya corroboraba mis sospechas de que Bryam era un ángel. Lo sabía incluso antes de que nos abandonara en este plano físico. Y era bastante obvio, pues no cualquier ser humano puede acumular tanto solo para repartirlo enseguida, esa no es la naturaleza humana.
Y así empezamos a conversar casi a diario con mi pana. Por eso sé que me cuida constantemente y, a pesar de ello, me apena mucho que no podré luchar con él nunca más. Quizás esa sea la maldición de quienes entrenamos artes marciales. Nuestros compañeros y maestros se convierten en familia a través del contacto, del movimiento, del estado más puro que tiene el ser humano. Lamentablemente, cuando desaparece el cuerpo físico, queda un enorme vacío. La falta de contacto es totalmente irreemplazable, pues cada individuo tiene su huella propia, su forma de ejecutar el arte.
Aún no aprendo a lidiar con ese vacío, debo ser sincero.
— Algún rato lo harás – me dijo mientras se desvanecía lentamente.
Algún rato.
ED






Que lindo Tivi. Me pegó ya que siento y vivo la realidad, cruel e “injusta”, pero ESA realidad. Se fueron esos angelitos de regreso a casa. Ahí nos esperan para seguir con las conversaciones. Love you man.