De Viña pal mundo
- Esteban Darquea Cabezas

- Aug 13
- 2 min read
Viña. Así le llamamos de cariño a la hermosa ciudad costera de Viña del Mar todos quienes hemos tenido la suerte de llamarle hogar. Viví ahí seis años, mientras estudiaba ingeniería en la universidad. Es una ciudad repleta de estudiantes, tranquila, limpia y que en verano se llena de argentinos. Una ciudad donde nació un equipo de Jiu Jitsu que acaba de hacer historia en Florianópolis, Brasil. Un equipo que comenzó en un oscuro callejón detrás del terminal de buses de Viña del Mar.

Andrés, Junior, Hansel y un puñado de personas entrenaban este misterioso arte en el año 2007, cuando empecé a entrenar. Para ser sincero, cuando recién conocí el Jiu Jitsu, no tenía la menor idea de lo que era y peor aún de cómo me iba a cambiar la vida. En ese entonces, era poco conocido el arte en Latinoamérica. Nuestros entrenamientos funcionaban en un dojo de karate ubicado en ese callejón detrás del terminal. Dos o tres veces por semana, en la noche, esperábamos que termine la clase de aikido — quienes también alquilaban el espacio, me imagino — para hacer lo nuestro.
Esos primeros años fueron maravillosos. Quizás no teníamos la comodidad de una academia propia y el lugar no era el más bonito, pero la energía que mi profesor Andrés transmitía desde ese entonces era diferente y eso hacía que todo lo demás fueran detalles. Los entrenamientos eran duros, de la vieja escuela, enfocados en mejorar todos los días con las pocas personas que había en ese momento. Creo que Andrés, de alguna manera, ya sabia lo que vendría muchos años después. Y no, no hablo de trofeos, medallas ni reconocimientos. Hablo de la transformación diametral de mucha gente que encontró en el Jiu Jitsu un refugio de un mundo cada vez más inhumano. En el arte encontramos — me incluyo — un sentido de pertenencia, un grupo de personas que reman hacia el mismo lado. Aquí, no se trata de serrucharle el piso al otro para tener éxito. Todo lo contrario, se basa en un cooperativismo en el que cada miembro del equipo busca mejorar al compañero de al lado. De esa manera, se obtiene una simbiosis poderosa que, de la mano de la persistencia, logra resultados increíbles.
Estas palabras no son para adular los resultados. Son para honrar la importancia de ser persistente por sobre todas las cosas. Suena muy lindo y honorable hablar de la persistencia, otra cosa completamente distinta es vivirla en carne propia. Andrés tuvo una visión, pero además, tuvo el coraje de no desistir durante todos estos años. Tengo la suerte de haber acompañado a mi profesor desde el inicio. Después de muchos años, se me llenaron los ojos de lágrimas al verlo ahí parado en el podio, levantando el trofeo de primer puesto en la cuna del Jiu Jitsu, en Brasil.
Verlo parado ahí, ante los rugidos de decenas de compañeros de equipo que entonaban el himno de Cohab, me hizo recordar esos humildes comienzos en aquel callejón oscuro detrás del terminal, dentro de ese frío dojo de karate.
Larga vida mestre y gracias una vez más por predicar con el ejemplo.
ED






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