top of page

El ateo

Fue durante mis años como agricultor cuando sucedió lo que viene a continuación. 


Había postulado a una plaza de trabajo dentro de una hacienda cafetera al noroccidente del país. Una zona templada y húmeda, donde los mosquitos no tienen piedad con las personas que vienen de afuera. Postulé al cargo de administrador y fui a tres entrevistas, hasta que finalmente me eligieron para el trabajo. Las responsabilidades eran enormes y la carga laboral, una brutalidad. Pero eran tiempos difíciles y cualquier trabajo era una bendición. Sin dudar, empaqué mi pequeño departamento en el centro de la ciudad y me fui a perder en la salvaje selva subtropical. 


Nos rodeaban más de mil hectáreas de café y vivíamos en una casa de hacienda enorme, con diecisiete cuartos, ocho baños, dos comedores y una sala de estar donde matábamos el tiempo en el descanso — que no era mucho. El patrón había construido un bar para los trabajadores en esa inmensa sala de estar. Fue allí donde conocí a Jaime. 


ree

Jaime era el encargado de los caballos de la hacienda. Caballos de trabajo, caballos finos, algunos de ellos traídos desde Europa como caprichos del patrón. Con el pasar del tiempo nos hicimos buenos amigos. Me cautivó su peculiar sentido del humor y su pasión contagiosa por los caballos y todo lo relacionado a ellos. Un día, Jaime me confesó que no creía en Dios. Acto seguido le pregunté el porqué de su ateísmo y me respondió lo siguiente:


 — Mire, don Esteban — dijo, levantando un vaso de cerveza con la mano — lo que le voy a contar paso hace muchos años, y este acontecimiento cambió para siempre mi relación con el ser supremo del que todos se jactan. Comenzó con una novia que tuve durante un tiempo. Un día, ella me quería convencer de que Dios estaba ahí presente y me señaló a mi perro. Un pequeño perro vagabundo que yo había recogido de la calle, en un momento complicado de mi vida— pausó y encendió un cigarrillo.

 

Lanzó una bocanada de humo por la boca, formando unos círculos perfectos y continuó — Ese perro fue la luz y la esperanza de mi vida durante un par de años. Era muy cariñoso y tranquilo, rara vez ladraba y movía la cola a propios y extraños. Un encanto de animal— Jaime sonrió, pero inmediatamente su semblante cambió.


 — Un día, un vecino del edificio, que batallaba con la adicción, colocó alfileres dentro de unos pedazos de carne cocida y se las dio al perrito ¿Puede creer que exista esa gente, don Esteban? Mi perro murió desangrado internamente esa misma noche, en mis brazos.

 

Un par de semanas después, al confirmar quien había sido el responsable, fui a timbrar al departamento de mi vecino con un bate de béisbol entre mis dos manos. Apenas abrió la puerta, lo empujé de una patada hacia adentro y lo molí a palos hasta dejarlo casi muerto. Hasta ahora siento las gotas de sangre caer sobre mi rostro, don Esteban. Subí a mi departamento y esperé unos cuarenta y cinco minutos hasta oír las sirenas de la policía acercarse. Mi novia me acompañó hasta la planta baja y tranquilamente me puse a órdenes de los agentes que llegaron a la escena. Dejé que me coloquen las esposas detrás de la espalda y antes de entrar al patrullero, le di un beso y le dije, — Viste, ¿Cuál Dios? — y esa fue la última vez que la vi, don Esteban.



El país entero se había convertido en un nido de delincuentes. Muchas haciendas de café habían tenido que entregar sus tierras a los carteles. Mediante extorsiones, cientos de agricultores honestos fueron despojados de sus tierras. No tuvieron otra opción más que dar su brazo a torcer ante el poder del narco. El patrón fue uno de los pocos que seguía resistiendo, con mano dura y mucho dinero invertido en seguridad, nuestra hacienda se mantenía a salvo todavía…Todavía.


Nunca más volvimos a tocar el tema de Dios con Jaime hasta ese día. Ese maldito día. 


Fue un martes, a mediados de noviembre, cuando once delincuentes encapuchados entraron a la casa de hacienda, armados hasta los dientes. En ese momento estábamos ocho personas: cinco obreros, el hombre de la barra, Jaime, y yo. Tres de los delincuentes se acercaron hacia nuestra mesa, donde me encontraba sentado con Jaime. Mediante gritos e insultos nos obligaron a entregarles todo lo que teníamos en los bolsillos y luego, con violencia, nos pusieron de rodillas con las manos detrás de la cabeza. Todo esto sucedía en cámara lenta, como un sueño — o, mejor dicho, una pesadilla.

 

Jaime se encontraba arrodillado al frente mío. Yo le miraba la espalda y las manos amarradas.


Sentí el acero frío del arma pegada a mi sien. Cerré los ojos y se me heló la sangre al oír la voz temblorosa de Jaime:


 — Padre nuestro, que estás en los cielos…


ED


 
 
 

Comments


* Las opiniones expresadas en este Blog son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan la opinión de COHAB Ecuador.

Gracias por Suscribirte!

  • Facebook
  • Twitter
  • YouTube
  • Instagram

© 2023 COHAB JIU JITSU ECUADOR

CONTACTO: +593 997529105

bottom of page