He sido muy pesimista últimamente. Mi hermano mayor me hizo dar cuenta de ello a raíz del contenido de escritos pasados. Me declaro culpable: robots, inteligencia artificial, sobreúso de dispositivos electrónicos, la carrera de la rata, guerra, destrucción, etc. Han sido meses de un vertiginoso viaje pensando en ese apocalipsis que — en mi cabeza — está por venir. Y si, puede ser que el mundo se esté cayendo a pedazos, pero hoy día, recordé una frase en ingles que dice: count your blessings (cuenta tus bendiciones). De allí salen las siguientes palabras, mientras observo a Ramoncito masticar efusivamente un hueso que casi lo dobla en tamaño, un hueso que le perteneció a su hermano, Hachi-ko, fallecido el año anterior, antes que de Ramoncito llegue a esta casa.
¿Cómo llegó a nosotros? Pues, como cualquier historia que vale la pena contar, Ramoncito llegó por pura casualidad. El duelo es un proceso largo, doloroso y muchas veces parece interminable. Perder a mi mejor amigo ante un cáncer agresivo en Agosto del año pasado fue — por decir lo menos — terrible. Pensar en tener otro perro en casa no era ni siquiera una opción sobre la mesa en esos primeros meses. Con el pasar del tiempo, sin embargo, el dolor se convierte en aceptación y la tristeza se evapora para convertirse en esperanza. Esperanza de que todas las almas con las que conectamos en este viaje, tienen su tiempo, y— si realmente lo crees — podremos reencontrarnos con esas almas queridas en algún momento.
Esa esperanza abrió en mí un espacio pequeñito para aceptar nuevamente un miembro en la manada. Y así, un día, una publicación de Facebook alertó a la Pao sobre un pequeño y desnutrido cachorro blanco que había sido rescatado en media carretera, zigzagueando por su vida entre medio de buses y camiones gigantes. Las personas que compartieron la publicación, buscaban opciones para una adopción responsable. Agarramos un abrigo cada uno y bajamos corriendo al estacionamiento para ir a ver a esta pobre criatura. Ramoncito ya tenia su nombre incluso antes de conocerlo personalmente. Cuando llegamos a la veterinaria, vimos una bola de huesos con pelo blanco que inmediatamente se subió a mis brazos y se acurrucó. Así llegó Ramoncito a nuestras vidas.
Ernesto Sabato describe la relación entre nosotros y los perros con estas palabras llenas de humanidad y esperanza: “…Y cuando llegaba a ese punto y cuando parecía que ya nada tenia sentido, se tropezaba acaso con uno de esos perritos callejeros, hambriento y ansioso de cariño, con su pequeño destino (tan pequeño como su cuerpo y su pequeño corazón que valientemente resistirá hasta el final, defendiendo aquella vida chiquitita y humilde como desde una fortaleza diminuta), y entonces, recogiéndolo, llevándolo hasta una cucha improvisada donde al menos no pasase frio, dándole algo de comer, convirtiéndose en sentido de la existencia de aquel pobre bicho, algo mas enigmático pero mas poderoso que la filosofía pareciera volverle a dar sentido a su propia existencia.”
Es curioso como este pequeño bicho ha devuelto cierto grado de simplicidad a los días. Me refiero a la manera en la que estos seres especiales fluyen por la vida, dando valor a lo único que verdaderamente importa: el ahora, el momento presente. Por otro lado, la disciplina requerida para educar a estos monstruillos va par en par con la disciplina que necesitamos en el Jiu Jitsu — y si, por supuesto, como no voy a tocar el tema del Jiu Jitsu. Crear buenos hábitos que se conviertan en rutinas diarias, sacarlo al parque, enseñarle ciertos modales básicos para ser un buen miembro de la sociedad y la constancia que todo esto requiere, se convierte en si mismo en un aprendizaje.
Si algo me ha enseñado la vida es a callar y escuchar (o leer) a personas con más experiencia. Por eso, he decidido terminar con estas líneas de Mark Rowlands, filósofo estadounidense, quien las escribe en torno a una salida a correr con su lobo — si, literalmente un lobo adulto de tamaño completo que vivió con él durante once años:
“…A menudo lo que más admiramos en otros es aquello de lo que carecemos. Así que ¿de qué carecía este simio para admirar de tal modo al lobo que corría a su lado? Había una belleza que me era imposible emular. El lobo es arte en su manifestación más elevada, y no se puede estar en su presencia sin que ello le levante a uno el ánimo. Estuviera del humor que estuviese cuando empezábamos nuestra carrera diaria, ser testigo de esa belleza silente, fluida, me hacía sentir mejor. Me hacía sentir vivo. Y, lo que es más importante, cuesta estar junto a una belleza así sin querer parecerse a ella.”
Y si, la verdad es que cuesta estar junto a una belleza así sin querer parecerse a ella.
ED
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