Arriba de la pizarra se leían las letras BIEN ENI S. Supongo que en algún momento decía BIENVENIDOS. Eran letras de colores, recortadas de revistas viejas por los niños. Es la sexta escuela que visito al salir del trabajo en los últimos meses. Un día tuve la idea de ver en qué condición estaban las escuelas desde que dejaron de funcionar a causa de los apagones.
Desde ese día, empecé a entrar en todas las escuelas que veía en el trayecto, desde la oficina al departamento. Quería ver con mis propios ojos los lugares en donde los niños daban los primeros pasos para cumplir sus sueños. Me autoflagelo constantemente mientras hago estos recorridos; pienso en cuantos sueños han muerto por mi culpa.
Digo esto porque yo soy el que causa los apagones.
![Abandoned classroom with dusty desks, peeling ceiling, broken windows. Chalkboard reads "BIEN ENIS"; eerie light filters through.](https://static.wixstatic.com/media/7c28e1_992d21170bef40258f827297181d7934~mv2.jpg/v1/fill/w_800,h_800,al_c,q_85,enc_auto/7c28e1_992d21170bef40258f827297181d7934~mv2.jpg)
Durante los últimos trece años, mi trabajo ha sido el de prender y apagar las luces de esta pequeña ciudad. Un gigantesco cuarto de maquinas, cientos de servidores, circuitos, centros de mando y generadores eléctricos — cuyo sonido me taladra la cabeza todo el día — forman parte de mi oficina. Trabajo desde las ocho de la mañana, hasta las seis de la tarde. Hay un gran botón rojo en medio de todo ese espacio. Este funciona como terminal de todo ese popurrí de cables y circuitos. Mi trabajo es sencillo: apretar el botón y, con ello, se apaga literalmente la ciudad.
Poco a poco se va apagando todo: semáforos, negocios, hogares, edificios, plantas industriales, parques, estadios; todo, absolutamente todo. Algunos sectores se apagan antes que otros y es el algoritmo quien se encarga de programar aleatoriamente los apagones todos los días. Yo solo aprieto el botón. Mi otra responsabilidad — según la descripción del trabajo en el contrato — es monitorear las cámaras de visión nocturna instaladas por toda la ciudad. Si veo algún disturbio o algún tipo de anomalía, solo debo marcar al 911, y hasta ahí llega mi responsabilidad.
Suelo jugar ajedrez en mi celular para matar el rato. El problema es que los apagones que yo mismo genero, me dejan sin electricidad en el departamento, entonces se dificulta mantener cargada la batería de los aparatos electrónicos. Afortunadamente, los últimos meses he traído un montón de libros a la oficina. Desde Julio Verne hasta Jordan Peterson, pasando por Virginia Woolf, Dostoievski, y las obras completas de Emilio Salgari. En primera fila de esa pequeña biblioteca improvisada, reposa el Ulises de Joyce y Más allá del Bien y el Mal de Nietzsche. Tengo secciones de psicología, novelas de ficción, cuentos cortos, poemas, todo lo que puedo conseguir en las librerías de segunda mano.
Ha pasado mucho tiempo desde que se estableció el sueldo universal en todo el mundo. Debido al desplazamiento de la mano de obra humana por el avance exponencial de la inteligencia artificial, el desempleo alcanzó niveles insostenibles. Por eso, todos recibimos un sueldo para cubrir nuestra supervivencia. Los apagones son solo un efecto de todo ese desequilibrio mundial. El cuento de la sequía, las acciones — o inacciones mejor dicho — de los gobiernos anteriores, las guerras al otro lado del océano, el precio del petróleo, la caída de los mercados bursátiles. Todo eso son patrañas, todo es parte de un experimento, como siempre lo ha sido.
La gente ya no sale de sus casas. Ese fue el primer efecto — y el más curioso — del experimento. La gente dejó de salir. Es por eso que las escuelas dejaron de funcionar, quedaron abandonadas y pudriéndose hasta los cimientos. No era el miedo a la oscuridad, pues de forma variable los apagones ocurrían tanto de día como de noche. Quizás la angustia de nunca saber cuando viene el apagón los empezó a sumir en la locura — nos empezó a sumir en la locura. La verdad, no lo sé. Yo solo salgo de la oficina en la tarde, cuando el sol se ha ido. No veo un solo ser humano en el trayecto desde el trabajo hasta el departamento. Tampoco puedo decir que me aventuro a buscar muy lejos de mi recorrido — más allá de las escuelas abandonadas que encontraba en el camino. Para ser sincero, no me siento muy seguro en las calles. Solo busco llegar a mi departamento en el menor tiempo posible. Tengo miedo.
Yo obtuve este trabajo solamente para tener un ingreso adicional al salario universal que me permita comprar los libros.
Sin ellos, probablemente hubiera dejado de existir.
T.L
12/19/2067
ED
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