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Gorriones y Divisas

Updated: Apr 17, 2023

Siempre tengo la impresión de que el avión se va a caer. Es un miedo irracional sobre el cual no tengo control pero tampoco hablo mucho de ello y peor aún si estoy viajando con alguien. Sin embargo, siempre, SIEMPRE mi cabeza está fabricando escenas aterradoras en donde las mascarillas de oxígeno caen mientras un espeluznante grito al unísono se apodera del ambiente y el avión cae en picada hacia el planeta nuevamente. Como dije antes, trato de no alarmar a nadie más con estas ideas psicóticas. Sonrío, me coloco el cinturón de seguridad – que estoy seguro que no sirve para nada más que para identificar los cuerpos – saco un libro y finjo estar más tranquilo que una vaca hindú. Pero, ¿Qué quieren que les diga?, estas imágenes aparecen en mi cabeza sin ningún aviso. Mi mente las fabrica y me las enseña, no tengo forma de evitarlo.


En fin. Mientras esperamos el llamado para abordar el vuelo, nos sentamos en la sala de espera en unas bancas reclinables que apuntan hacia la ventana – esos enormes ventanales de los aeropuertos que funcionan como pantallas gigantes. Pantallas que muestran un tráiler de lo que está por venir a los viajeros en espera. Aviones van, aviones vienen, de todas partes del mundo. Recién, hace pocos días (¿o semanas?) leí acerca de los no-lugares. Estos espacios: como aeropuertos y centros comerciales, son prácticamente iguales en todo el mundo. Imagino que estos no-lugares existen para dar una ilusión de comodidad y familiaridad a las personas que están lejos de sus hogares. Las mismas luces, los mismos colores, los mismos olores, la misma decoración. Un detalle por aquí y por allá que cambia, pero son básicamente lo mismo en todo el mundo. Cartagena, Shanghái, Berlín, Madrid, Bogotá, Cuenca, Santiago, no importa donde se encuentren, siempre encontrarán un no-lugar que calme su ansiedad.


Estudié Ingeniería Ambiental, Ingeniería en Medio Ambiente y Recursos Naturales, para ser más preciso. Uno creería que con esa formación me encontrarían en la selva o viajando a toda velocidad en botes inflables tratando de detener a esos enormes buques pesqueros que destruyen la fauna marina. O, a lo mejor, amarrado a un árbol secoya milenario para que no lo talen y lo usen como materia prima para la puerta principal de alguna casa de veraneo de algún nuevo rico. Incluso pienso algunas veces que podría estar encerrado en una oficina durante ocho horas cada día, redactando interminables informes de cumplimiento ambiental, llenos de burocracia y verborrea técnica, para justificar la explotación de petróleo o minerales en lugares prístinos de nuestro país. Pero no, en realidad, a medida que pasa la vida me siento mucho más cómodo en dos lugares: en casa o en la academia. La vida es curiosa ¿no creen? Tengo ahora la oportunidad de ayudar al planeta a través de horas y horas de capacitar a otras personas a estrangular y romper brazos. Salvar el mundo educando a otros seres humanos a través del Jiu Jitsu. Y además de eso, me siento muy cómodo en los centros comerciales – contrario a lo que uno pensaría de un Ingeniero Ambiental ¿no? Hay algo en esos no-lugares que me llaman la atención, pero ojo, no crean que voy de shopping, pues en realidad no soy muy apegado a comprar cosas. En realidad, me gusta ir y ver pasar a la gente. Si, tal como lo leen, es casi como un zoológico a mi forma de ver, o mejor dicho, un safari, pues en el centro comercial los animales andan libres – o eso creen por lo menos.



Mari Angeles Tocino - Gorriones


Pasando los controles del aeropuerto—que ahora te hacen sentir como que estas entrando en una cárcel de máxima seguridad—nos quitaron dos frascos que aparentemente excedían la cantidad máxima de líquidos que puedes llevar en el avión. Un bloqueador de 120 ml (que estaba por la mitad) y un frasco de repelente contra insectos. El límite por recipiente es de 100 ml—aparentemente debíamos saberlo, lo dice en las minúsculas letras al final de uno de los cientos de comprobantes electrónicos que te llegan por e-mail—pero no estaba de humor para argumentar que estaban por la mitad, lo cual lógicamente significaba que no estábamos infringiendo ningún límite. Para no alargar la historia, el repelente y el bloqueador quedaron en custodia de dicha mujer malhumorada. No hubiese sido el mejor inicio de un viaje si hacía problema por 60ml de bloqueador solar. Esta escena me hizo pensar en un viaje, hace muchos años con mi familia, en la cual sucedió una situación similar. Tenía yo unos cinco o seis años y llevaba una pistola de agua en mi bolso. Durante el control de seguridad, una señora afroamericana, grande y corpulenta, revisó mi mochila y me quitó el juguete. Recuerdo que mi papá agarró el juguete y lo rompió frente a sus narices, con el objetivo de que se quede ahí pero que no vaya a ser usado por nadie más. Llevo esa escena en mi memoria como si fuese ayer. Una fuerte declaración de liderazgo por parte de mi padre, frente a una pequeña injusticia, pero injusticia al fin y al cabo. No creo que un niño de cinco años hubiese derribado un avión con una pistola de juguete. Por lo menos no en 1990, pero hoy en día, ¿Quién sabe?


Pero bueno, volviendo a la escena frente al enorme ventanal en el aeropuerto. Un gorrión aparece ante mis ojos. Su vuelo es fluido y armonioso, dibuja formas extraordinarias en el aire, sube, baja, cae en picada y luego vuelve a subir, forma un zigzag, luego otro, antes de regresar al techo de donde salió. Este noble animalito parece que se ha acostumbrado a los enormes pájaros de metal que salen y llegan constantemente al aeropuerto internacional José Joaquín de Olmedo de la ciudad de Guayaquil. Me pregunto si aquel noble ser se regocija viéndolos y trata de imitar a los aviones, de la manera en la que un hermano menor hace con sus mayores. Lo que no sabe aquel inocente gorrión, es que los hermanos Wright en realidad lo único que querían era imitarlo a él, y no al revés.


Ahora el mundo tiembla viendo noticias del polémico líder ruso Vladimir Putin juntándose con lideres de otros países con el fin de acabar con la hegemonía del dólar. ¡Aaaah!, divisas, dinero, criptomonedas, blockchain, mercancías, commodities, tratados de libre comercio. Términos económicos que se utilizan muy a menudo y sin embargo la mayoría de las personas no los entienden. Háblenme de economía básica, y creo que mi cerebro puede entender. Háblenme de mantener a flote un negocio, háblenme de puntos de equilibrio y de la idea fundamental de no gastar más de lo que entra y estaremos en la misma página. Sin embargo, aún me queda mucho por estudiar en materia de macroeconomía – casi pierdo mi último año de secundaria por esta materia, así que ¡a estudiar se ha dicho!


Tengo alma de artista, pero gracias a Dios me va bien con los números—o por lo menos eso me miento a mi mismo. Sin embargo, lo único que sé con absoluta certeza, es que los gorriones no pierden su tiempo preocupándose por las divisas, ellos solo vuelan y zigzaguean por el aire, por el simple hecho de que pueden hacerlo.


Yo solo espero vivir el tiempo suficiente, para entender esto.


ED

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