Uno que otro chico se acercaba a nosotros a pedir dinero. Necesitaban uno o dos dólares para ajustar el valor de la entrada a Preferencia. Preferencia era el sector del estadio Olímpico Atahualpa ubicado frente a los banquillos y al área técnica. Allá iban los jóvenes y la llamada Mafia Azul Grana, la barra brava del equipo . Aquel sector olía a marihuana, cerveza y violencia. Y jamás dejaban de gritar, desde el minuto cero hasta el minuto noventa, jamás escuche silencio desde esa zona del estadio. Mi papá me llevaba a Tribuna. Este sector se encontraba justo arriba de los banquillos, frente a la Preferencia y tenía un techo que nos protegía del inclemente clima bipolar de la ciudad de Quito. Este pequeño lujo significaba que el precio de la entrada fuese un poco más alto. Ahí en la Tribuna, se ubicaba la Culta Barra.
La Culta Barra era ese pequeño—pero bullicioso— grupo de aficionados al Deportivo Quito. Un grupo más bien heterogéneo, compuesto en su mayoría por gente adulta, con excepción de uno que otro niño que iba—como yo— de la mano su papá. Sin embargo, tengo que admitir que de culta no tenía nada. Los insultos más creativos y ofensivos salían de aquellas bocas, de grandes y chicos por igual. Muchos de esos cánticos e insultos seguramente serían penados por ley en esta época donde reina la generación de cristal.
Recuerdo a un aficionado en especial que le rezaba a la Virgen — entre insultos y bocados de cerveza — para que nuestro equipo gane el partido (como si la virgencita no tuviera asuntos más importantes que atender). En fin, este caballero acostumbraba a lanzar encendedores a una fosa enorme que separaba al público de la cancha. Debo aclarar que los encendedores no eran suyos, los pedía prestados. Esta cábala — decía el — con seguridad daría el triunfo al equipo. Algunas veces funcionaba y salía eufórico, con sangre en los ojos de la alegría de ver triunfar a la academia del fútbol, al Deportivo Quito. Otras veces, cuando perdíamos, salía más malgenio de lo normal, con insultos mucho más soeces y mucho más ofensivos, en contra del arbitro, de los jugadores, del director técnico, absolutamente a todos mandaba a tomar por culo. Además, siempre quedaba algún pobre infeliz sin su encendedor.
Martín Mandra, Marlon Ayoví, Luis Fernando Saritama, Fabian Cubero, Raúl Guerrón, el Búfalo Arias, Edison Méndez, Jonny Baldeón y una larga lista de jugadores cuyos nombres no recuerdo ahora, desfilaron ante nuestros ojos. Nos dieron alegrías y tristezas por igual. Tuve la suerte de ver al equipo quedar campeón en el año 2008 después de una sequia de 40 años. Admirable la lealtad de todos los hinchas — incluido mi papá — que siguieron fieles al equipo durante tanto tiempo sin cosechar glorias. Afortunado yo, pues no tuve que esperar tanto.
Nueve mil kilómetros en línea recta me separan de mi papá en este preciso momento. Yo en Cuenca, mi viejo en Málaga. Escribir estos recuerdos de cierta manera nos mantiene juntos. Algunos días aún escucho los cantos alegres de los hinchas, que poco a poco se van desvaneciendo y van dibujando, a su paso, una sonrisa en mi cara.
Este equipo tiene toque,
este equipo tiene gol,
este equipo tiene huevos,
huevos para ser campeón,
/
Cuando yo me muera,
quiero que mi cajón
lo pinten de azul y grana,
como mi corazón!!
ED
* 2da Edición
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