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La llamada

El teléfono timbró cuatro veces antes de levantar el auricular. Era un aparato de dial rotatorio, color verde agua. Perteneció a mis abuelos, ellos lo tenían en su departamento de toda la vida. Siempre estuvo sobre una mesa rectangular de madera al lado de una pequeña lampara de bronce. Del otro lado de la llamada, solo se escuchaba la suite para Cello №1 de Bach, con una definición de sonido impecable.

 

Hola — dije amablemente, pero no obtuve respuesta.


¡Aló! — volví a decir, ahora en un tono más fuerte.


Nuevamente, sin respuesta.


Me quedé hipnotizado escuchando la música, con el auricular pegado a la oreja. Recordé que Bach había perdido once hijos y aún así tuvo la entereza suficiente para seguir componiendo. Dicen que se volcó tanto a Dios para superar esas tragedias que de allí proviene ese sonido celestial. No conozco persona alguna que no se fascine por esa música. Sonidos que tienen la capacidad de permear cada célula del cuerpo. Un fenómeno que —  incluso al más ateo de los ateos — haría dudar si quizás existe algo superior, algo más allá de nosotros, porque esa música no es del hombre.


Desperté de ese estado hipnótico después de casi veinte minutos escuchando ese sonido sublime, cuando de pronto regresé a la realidad y asenté el teléfono. Esperé un momento por si volvía a timbrar.

 

Nada. Silencio. 


Esa tarde me quedé ligeramente perturbado al no saber quien (o quienes) habían llamado a mi casa. Ese teléfono lo mantenía de adorno, como recuerdo de mis abuelos. La linea se mantenía activa pero nadie llamaba. Además, ahora todos usan teléfonos inteligentes para mandar mensajes de texto en lugar de llamadas. Conozco muchos que incluso se dan el tiempo de esperar a que su teléfono deje de timbrar para luego responder mediante un mensaje de texto.


En fin, animal extraño, el humano. 


Eran las 5:45am cuando sonó el teléfono nuevamente.

 

Riiiiiiiiing….Riiiiiiiing….Riiiiiiing….. 


Corrí hasta la sala de estar, frotándome los ojos y levanté el auricular antes del cuarto timbre.


¡¡Aló!! — dije con el característico enojo de alguien cuyo sueño ha sido perturbado. 


Ninguna respuesta. La misma melodía del día anterior seguía sonando. Bach, en alta definición.



Fue por esos días que tuve un episodio desagradable con una persona cercana, una disputa que se tornó cada vez más violenta e inmanejable. Tal fue mi enojo que desde entonces comencé a transportar mi arma semiautomática escondida en el bolsillo trasero del asiento del copiloto. De esa manera, podría cogerla sin problemas desde el asiento del conductor con la mano derecha y tener un amplio ángulo de tiro por si me encontraba con el malnacido por la calle.

 

Un día, sin embargo, estaba por salir de casa cuando vi una foto de mis abuelos en el piso. Él sobre un caballo castaño, ella sosteniendo las riendas, parada a su lado, posando para la fotografía. El cristal del marco estaba roto y los trozos regados por el piso. Me detuve a limpiar el desorden cuando nuevamente escuché el sonido desde la sala:


Riiiiiiiiing….Riiiiiiiing….Riiiiiiing…..


Me levanté y caminé hacia la sala de estar para contestar el teléfono. Cogí el auricular y me lo coloqué en la oreja. Una lágrima empezó a recorrer mi mejilla al escuchar nuevamente la suite para Cello №1 de Bach.

 

En ese momento supe que la llamada venía del cielo. Era mi abuelo invitándome a razonar antes de cometer alguna tontería. Un mensaje de sensatez y cordura en medio del caos. — Mijo, no hay nada más peligroso que una persona tonta — sabia decir mi abuelo. 


En ese momento me sequé la mejilla con el borde de la camiseta y caminé hasta la caja fuerte. Ingresé la clave — el cumpleaños de mi abuelo — y metí el arma dentro. Volví para recoger los pedazos del cristal roto del marco de fotos. Me coloqué los zapatos y agarré mi chaqueta, las llaves y la billetera. Doblé la foto de mis abuelos y la metí en el bolsillo. Cerré la puerta y salí al mundo nuevamente.


Contra la estupidez, los propios dioses luchan en vano.  — Johann Wolfgang von Goethe, La hija natural

ED

 
 
 

* Las opiniones expresadas en este Blog son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan la opinión de COHAB Ecuador.

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