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Lo que queda, cuando no queda nada

Por la ventana del aeropuerto pude ver la línea que dividía el sol de la sombra sobre la montaña frente a mí. De repente, un avión que agarraba velocidad para despegar se cruzó, despertándome del trance en el que me encontraba. Me pregunté como era posible que un artefacto de ese tamaño levante vuelo sobre ese enorme montón de tierra, peor aún con cientos de personas a bordo. Lentamente la línea empezaba a subir, dando más espacio a la sombra, mientras el sol se escondía detrás nuestro. 

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Se terminaron unos días maravillosos. Vinimos a Quito con mi mujer para ver a mi papá, en un reencuentro que demoró más de siete años. A pesar de la alegría, sin embargo, los sentimientos fueron encontrados con un profundo vacío que dejó la partida de mi sobrino Diego José, cuyo aniversario coincidió con este fin de semana. Muchas emociones juntas que terminaron manifestándose en el plano físico. Tanto así, que mi cuerpo se enfermó y sufrí severos ataques de tos por las noches, que mantuvieron en vela a la Pao. Pero ello no fue impedimento para disfrutar y, sobre todo, agradecer por estos momentos con la gente que me vio nacer y crecer.

 

Soy más fuerte que esto — me decía, mientras tosía un pulmón y la mitad del otro en la madrugada.

 

Muchas personas no creen en lo que no pueden ver. Les llamo ciegos. Este fin de semana descubrí que, algunas veces, el cielo logra lo que la tierra no puede. Y también que la energía – para quienes creemos en ella – mueve lo que la materia no logra mover. Mi sobrino nos unió a todos a pesar de la enorme distancia que nos separa. Y eso, es un milagro.

 

Vuelvo a mirar el horizonte a través de la ventana. Ahora, la sombra había ganado la batalla y la montaña perdió todo rastro de luz. Las tinieblas vencieron, dirían los pesimistas. Pero en realidad, hay una explicación mucho menos terrible. Solamente es una etapa más de los días, una etapa más de la vida. Los días se hacen noche, y las noches se vuelven día. Así ha sido durante millones de años y así será millones de años después. No hay nada de trágico en aceptarlo.

 

Polvo. En eso quedaremos todos. Los ocho billones de seres humanos que habitamos el planeta mientras escribo estas palabras, seremos eso dentro de los próximos cien años. Polvo. Entonces, ¿para qué hacemos todo lo que hacemos? se puede preguntar uno. Para crear conexiones, digo yo. Para poder acompañar a las personas que queremos en tiempos duros y difíciles. Pero también para estar juntos y reír en los momentos que lo ameritan. Y por qué no, también para ser irreverentes. Para burlarnos de aquellas cosas que nos hacen llorar… y también llorar con las cosas que antes nos hacían reír.

 

Nos encontramos en el avión, próximos a partir. El enorme pájaro de metal empezó a rugir y lentamente nos fuimos despegando del piso. La montaña cubierta de tinieblas quedaba atrás mientras nos adentrábamos en las nubes espesas que cubren la enorme capital. Mientras nos acercábamos al cielo, di gracias porque acá, en algún lugar, reside la energía que nos hizo venir en primera instancia.

 

Ohana. Familia. Nunca olvidada. Nunca dejada atrás.

 

Y así, tras esta visita, me doy cuenta de lo afortunado que he sido y agradezco por las lecciones que recibo, pero que muchas veces no veo hasta estar lejos, muy lejos, cerca de las nubes. El pragmatismo y liderazgo férreo de mi hermano mayor. La resiliencia y espectacular buen humor de mi segundo hermano. La bondad y la admirable Fe ciega de mi hermana. Todas estas virtudes cobijadas por el amor absoluto de mis padres para con nosotros.

 

Entonces, al pasar los años y al ver que los cabellos se tornan grises y el caminar más pausado, me doy cuenta de que solo permanece aquello que se ha enraizado desde el inicio. Todo el resto es ceniza, montaje, extra, chispas de chocolate y decoración. La médula de nuestro ser termina siendo aquello que queda, cuando no queda nada.


En mi caso, esa médula se compone del legado de mi familia, de mis abuelos, de mis padres y hermanos. De mi sangre. Sangre de mi sangre.

 

Respeta lo que no es tuyo.


Cuando puedas ayudar, ayuda. 


Cuando sepas algo, enseña.


Cuando tengas, comparte.


Cuando seas ofendido, no te lo tomes a pecho.


Di “te quiero” más seguido y agradece por todo. 


Eso será lo que me quede, cuando no quede nada.


ED

 
 
 

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* Las opiniones expresadas en este Blog son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan la opinión de COHAB Ecuador.

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