Sobre ser alumno
- Esteban Darquea Cabezas
- Jul 8
- 3 min read
Updated: Jul 8
Recuerdo las palabras de un profesor universitario durante la inauguración del nuevo año lectivo:
— Ustedes, jóvenes, no serán alumnos en este nuevo inicio de año. Pues, la palabra alumno significa: “sin luz”. Ustedes, mentes del futuro, durante el resto del semestre, serán: estudiantes.
El tiempo pasó y el semestre llegó a su fin. El promedio de la clase fue muy superior al del resto de cursos que el profesor había tenido durante sus casi treinta años como docente. En una conversación en el salón de profesores, explicó a un colega suyo que la definición de alumno fue inventada. Su objetivo era decirles a los chicos que se identifiquen como estudiantes y con ello cambió la percepción que tenían sobre sí mismos. Al considerarse personas que se dedican a estudiar, eso hicieron durante el semestre.
Esta corta historia muestra la importancia de las palabras. Sobre todo, aquellas que nos decimos constantemente. Por cierto, alumno en realidad viene del latín, y significa “el que es nutrido, o alimentado”. El profesor usó el lenguaje para programar un cambio positivo en sus alumnos — ¿o mejor dicho, estudiantes?

De alumno a profesor
En el colegio y la universidad fui un alumno mediocre — no me enorgullece decirlo, pero es la realidad. Solamente tenía el “raro” talento de poner atención en clases. Así de simple. Me di cuenta de que, con solo eso, los deberes y trabajos en casa dejaban de ser una carga y, además, pasaba tranquilamente todos las materias. También las pruebas parciales y los exámenes semestrales resultaban más sencillos con solo atender en clase, incluso en aquellas materias complejas como estadística o la agobiante cátedra de mecánica de fluidos.
No obstante, algunas materias me llamaban más la atención que otras, y de alguna manera me resultaban naturales. Una de ellas fue la química — tanto en el colegio como en la universidad. Me atraía la manera en la que la naturaleza siempre encontraba la forma de balancear las ecuaciones. Fue entonces cuando me di cuenta de la importancia de entender los fundamentos de las cosas. Comprendí que hasta los temas más complejos se construyen sobre conceptos relativamente simples y el secreto está en encontrarlos y luego estudiarlos. Ahora sé que esto aplica a todo, desde la química hasta las artes marciales.
Fue en el 2007 cuando conocí el Jiu Jitsu. Desde el primer día me convertí en un asiduo estudiante y no he parado hasta el día de hoy.
Sin ver atrás me lancé de cabeza. Viajes a Brasil. Competencias. Victorias. Derrotas. Lesiones. Lealtad. Frustraciones. Más Lesiones. Hermandad. Ego. Humildad. Todo un coctel de emociones diferentes que me impulsaron durante esos primeros años como estudiante del arte.
Mi etapa como profesor empezó con el objetivo de tener gente con quien entrenar, pues en ese entonces el Jiu Jitsu era desconocido y en esta ciudad prácticamente nadie lo practicaba. Luego, en el 2014, con el aval de mi profesor me lancé a la aventura de vivir mi propósito y compartir el arte con la mayor cantidad de gente posible. Poco a poco fui entendiendo la diferencia entre ser competidor y ser profesor. La competencia, aprendí, es una actividad egoísta por naturaleza — en el buen sentido de la palabra. Es lógico, después de todo eres tú contra el rival.
Como profesor, sin embargo, la atención se enfoca completamente en ellos, los alumnos.
Ser alumno, otra vez
Fue en otro deporte, completamente opuesto al arte del Jiu Jitsu, donde aprendí a ser alumno nuevamente. Y como siempre, el maestro aparece cuando el alumno esta listo.
De pequeño, cuando tenía diez u once años, mi mamá me introdujo al tenis. Pero tuvieron que pasar algunos años hasta reencontrarnos nuevamente. Fue en un viaje a Quito, para visitar a mi familia, cuando encontré el viejo bolso de color verde y líneas negras, que contenía dos raquetas Prince. Al regresar a casa, en esa misma semana, fui al coliseo de deportes de la ciudad a preguntar por un entrenador de tenis. Ese día conocí al profesor Rigoberto, y es el quien me entrena hasta el día de hoy. Doy fe de que me encontré con un verdadero sabio, como aquellos alquimistas de la antigüedad.
Porque muchas veces, los entrenadores y profesores van mucho más allá de su materia.
Enseñan a vivir.
Ha sido un viaje magnífico retomar esta vieja disciplina y la uso como una herramienta para ser mejor profesor. Como dije antes, cuando entiendes los principios de una actividad, el resto del camino se hace más fácil de andar. Irónicamente, ser alumno me convirtió en un mejor profesor.
Hace poco leí que el doctor Jigoro Kano — fundador del judo y una eminencia dentro del mundo de las artes marciales — pidió que en su lecho de muerte se le coloque un cinturón blanco, en lugar del cinturón negro.
Dijo que quería ser recordado como un eterno alumno, y no como maestro.
ED
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