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Mentes Quebradas

Doña Espe, le decíamos de cariño. Su nombre, irónicamente, era Esperanza. No recuerdo su apellido, pero podría dibujar su cara perfectamente si tuviera el don de hacerlo. Tenía el pelo corto y dos lunares de carne que sobresalían al lado izquierdo de su barbilla. Los ojos eran saltones, como de una rana y hablaba con un tono suave, tranquilizador.


Tenía depresión maníaca — ahora la medicina moderna la llama trastorno bipolar. Bajaba a desayunar a las siete de la mañana con el resto del grupo, lavaba la losa, servía el chocolate caliente — que en realidad era tibio y lleno de natas — y un sanduche de queso con mermelada de guayaba — que en realidad era pan con mermelada y un pobre y triste pedazo de queso. Se reía de las ocurrencias del resto de nosotros cuyas mentes estaban sulfuradas y algunas otras, quebradas en su totalidad.



Doña Espe era una de esas personas con la mente quebrada. Otros días en cambio, no la veía desde que salía el sol, hasta que se ponía y nuevamente volvía a salir. Yo solo escuchaba unos leves sollozos a través de su puerta cuando caminaba desde mi habitación hacía el comedor, que se encontraba en el piso de abajo. Uno forma relaciones con las personas después de convivir con ellas, así sean un par de días. Era una persona interesante y ciertos gestos suyos me hacían recordar a mi abuela. Solíamos jugar ajedrez cuando estaba en sus episodios maníacos y en otras ocasiones jugamos Telefunken. Otras veces solo nos sentábamos y me contaba de su larga y difícil vida. Sea como fuere, la verdad es que si extrañaba su presencia. Sin embargo, en esos días de depresión — que solían extenderse hasta cinco días seguidos — nadie la veía.


La mente es compleja. Aquellos que critican o minimizan ciertos trastornos seguramente no los han vivido de cerca. Es aterrador, por decir lo menos.


Otra chica, en cambio, tenía un serio problema con el abuso de sustancias. La primera vez que la vi, estaba sentada en una hamaca. Se columpiaba lentamente mientras una ligera brisa soplaba y levantaba un remolino de hojas secas y pasto en ese día caluroso de verano. Se le veía una parte de las gafas detrás de un gran sombrero beige de ala ancha. Esas gafas gigantes cubrían casi todo el rostro, a duras penas se le veía la nariz diminuta y unos labios igual de pequeños, como caricatura japonesa.


Hola, me llamo Julieta — dijo, sin regresarme a ver, mientras seguía columpiándose de manera hipnotizante.


Que bestia de chuchaqui* que tengo — empezó a contarme — me peleé con mi novio y me bajé del carro. Eran las tres de la mañana. Estábamos en una fiesta, pero el man se puso muy belicoso y ya estaba ebrio. Nos subimos al carro y estaba manejando como imbécil. En el momento que paró el carro para buscar otra cerveza abrí la puerta y me bajé. — mientras me contaba esto, encendió un Marlboro.


No sabia adonde más ir — prosiguió, mientras botaba el humo por la nariz— Pedí un taxi y vine directo acá. No se como conseguí uno a esas horas de la madrugada. Estoy loca. Tengo suerte tal vez. Los psiquiatras ya me conocen. Así que todo bien. — dio dos pitadas al cigarrillo y lo apagó. Inmediatamente sacó otro y lo prendió.


¡Julieta! — gritó la enfermera — te llama el doctor.


No solían gritar mucho las enfermeras, de hecho, eran muy amables y atentas. Sin embargo, creo que esta chica ya era de confianza luego de tantas veces que había pasado por aquellas puertas.


Chao, cuídate — me dijo. Se levantó de la hamaca y caminó rumbo al edificio blanco donde estaban los consultorios y las oficinas administrativas.


No alcancé a decir ni una palabra, pero me dio una pena tremenda ese corto encuentro. Imaginaba cuantas veces habría tenido ese tipo de episodios y con cuantos novios diferentes. La inestabilidad mental junto con el alcohol y una espiral negativa de fiestas y locura pueden quebrar aún más lo que ya esta quebrado.


Estos episodios fueron una cachetada de realidad. Algunos días son jodidos, pero debemos pensar al mismo tiempo que somos mucho más afortunados que otros. Si tenemos la suerte de estar bajo un techo, sentados en un lugar cómodo leyendo estas palabras, con nuestra familia alrededor, agua potable al alcance de nuestras manos, una cama para dormir y un hombro donde apoyar la cabeza, debemos decir Gracias.


ED


*chuchaqui: palabra ecuatoriana que se refiere a los síntomas desagradables que una persona experimenta después de tomar mucho alcohol.

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