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La Sonrisa Eterna

Updated: Mar 29, 2023

Rodrigo Cabezas Naranjo, mi abuelo. Es difícil expresar en palabras el homenaje que se merece éste personaje. "¡Que loco, mijo!" hubiera dicho, con su sonrisa eterna y aquellos ojos azules que irradiaban una inexplicable paz. Pequeño de estatura, pero gigante de alma e intelecto, ese era mi abuelo Rodrigo.

Los recuerdos más vívidos que tengo de mi abuelo Rodrigo son las tardes después del colegio, cuando cruzaba al departamento 501 del Edificio Batan Chico a saludarles a él y a mi abuela Inés, otro ser humano excepcional. Pocas veces recuerdo haber entrado a su casa y no escuchar algún soneto de Vivaldi o un concierto de violines de Mozart sonando en el equipo de sonido; de ahí mi fascinación por esos clásicos hasta el día de hoy. Entraba y lo veía ahí sentado, pensando, meditando, con la mano en el mentón. Era de pocas palabras mi abuelo, prefería escuchar antes que hablar y a lo mejor tenía razón, por eso tenemos dos orejas y solo una boca.


Otras veces lo encontraba ojeando la enciclopedia Salvat, sentado en la esquina del sillón de la sala de estar. Recuerdo con nostalgia el peculiar olor de esas páginas y lo divertido que era ayudarleo intentar por lo menosa encontrar lo que sea que estaba buscando ese día. La sed de conocimiento que tenía era envidiable. Cualquier palabra, cosa, animal, sonido, lugar, que le generaba cierta duda inmediatamente recurría a las enciclopedias ¡Cuánto hubiera gozado con el Internet!


"Piensen siempre en la nobleza de estos hombres que redimen a la humanidad. A través de su muerte nos entregan el valor supremo de la vida, mostrándonos que el obstáculo no impide la historia, nos recuerdan que el hombre solo cabe en la utopía.

Solo quienes sean capaces de encarnar la utopía serán aptos para el combate decisivo, el de recuperar cuanto de humanidad hayamos perdido." Me robo estas palabras del grandísimo Ernesto Sábato, pues me hacen acuerdo de lo que fue el abuelo. Su amor por las plantas y los animales era sobrecogedor y admito que tuve mucha fortuna de haber estado junto a él en mis años formativos de la adolescencia.


Estudié la universidad en Chile, en la ciudad de Viña del Mar para ser más preciso. Ese hermoso y cálido país que me recibió con los brazos abiertos, también lo hizo con mi abuelo, allí se tituló como Ingeniero Comercial en la Escuela de Economía de la Universidad de Chile en la década de 1930. En uno de los capítulos de su libro "Dulce Sabor: la vida" encontré estas palabras que relatan su época universitaria:


"Añoro a mis compañeros de escuela, del colegio y de la universidad. La Escuela de Comercio y Economía de la Universidad de Chile, en la que estudié, fue fundada en 1935 por don Pedro Aguirre Cerda. Mi curso comenzó en 1937 y tenía el 15 por ciento de estudiantes extranjeros. La escuela era chiquita, con pocos alumnos. Todavía no se había resuelto el nombre del título que nos iban a conceder. Los extranjeros fuimos a hablar con Don Pedro y la mayoría quería llamarse doctor. Don Pedro sonrió. A la final se decidió por el de Ingeniero Comercial."


Mi abuelo y la no-violencia


No recuerdo sinceramente si el Jiu Jitsu le hizo mucha gracia a mi abuelo. A mi me gusta creer que sí. Cuanto daría por la oportunidad de compartir más tiempo con él, hablar acerca de la historia marcial y de cómo la evolución del arte de la guerra cambió el destino de la humanidad. Recordar a Platón, Sócrates y toda esa generación de filósofos que practicaban la lucha grecorromana, al mismo tiempo que sembraban las bases de la historia intelectual de Occidente. Decían que si eras capaz de soportar la intensidad física y mental de la lucha, podrías soportar lo que sea. Marco Aurelio escribió: "El arte de vivir es más parecido al de la lucha que al de la danza." Mi abuelo Rodrigo fue un hombre de paz y por esa misma razón creo que la filosofía del Jiu Jitsu le hubiese atraído. El fin del jiu jitsu es neutralizar a un atacante sin hacerle daño, sin golpes ni armas. Es un símil de un juego de ajedrez con el cuerpo, cuyo objetivo es el jaque mate. El triunfo de la inteligencia humana sobre la fuerza bruta le llaman algunos.


Aún tengo la esperanza de volverlo a ver. No se cuándo ni dónde, pero estoy seguro de que tendremos mucho de que conversar, allá lejos, donde nadie nos vea. Detrás del bosque de eucaliptos, pasando el reservorio ante la curiosa mirada de la vieja yegua castaña, escuchando aquellas melodías que arrullan el alma.


Nos vemos al otro lado, abuelo.


ED


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