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Soldaditos de Cristal

Ensayo sobre una depuración de redes sociales y el curioso fenómeno de ofenderse por todo.

Alicia cayó y cayó y cayó por un agujero que parecía eterno. Aterrizó en un lugar extraño, lleno de espejos, un lugar donde las cosas grandes parecían pequeñas y las cosas pequeñas, grandes. Un lugar donde esto era aquello y aquello era esto. Un lugar lleno de contradicciones y distorsiones de la realidad, similar a lo que vivimos hoy en día con nuestra incesante necesidad de aprobación en un mundo completamente ficticio. Un lugar forjado sobre cimientos de apariencias y una civilidad que se pierde al más mínimo susurro. Un lugar lleno de sonrisas fabricadas y soldaditos de cristal.


Tiempo atrás — no recuerdo exactamente — me sentí obligado a desconectarme de las redes sociales durante un período de tiempo y a decir verdad, fue una experiencia enriquecedora. Descubrí que el tiempo recuperado, lejos de esa pequeña pantallita — aparentemente inofensiva — se transforma en paginas leídas, discursos estudiados y trabajos ejecutados. Ahora, lo he vuelto a hacer.


Hace poco comentaba con algunos amigos acerca de la facilidad con la que las palabras pueden alterar el comportamiento de las personas. Lo más peligroso de las redes sociales —  y en general de este mundo digital, que nos atrapa cual prisioneros en un calabozo sin salida — es la capacidad de almacenar la información. He visto cómo unas palabras posteadas en redes han causado la debacle de personajes públicos. Todo por un tuit publicado hace cinco años. ¿Acaso la gente no puede cambiar de opinion, una vez, varias veces? Ronald Reagan fue un demócrata ante de ser presidente de los Estados Unidos por el partido republicano. Messi abandonó la selección argentina después de varios fracasos, luego regresó y gano un mundial. Las cosas cambian. La vida cambia. Nosotros cambiamos. Ese es el propósito después de todo, ¿no?


El hecho de que esta información almacenada pueda jugar en contra de una persona, asusta. Acaso no puedo un día levantarme y escribir “¡Váyanse todos a la mierda!” sin que me lo restrieguen en la cara diez años después, “Señor Darquea, usted quería que todo el mundo se fuera a la mierda en un post publicado a las 10:43pm, tal día de tal año.” Pues, aparentemente hoy en día no se puede — ¿o no se debe? — hacerlo, y si, seguramente usarán todo eso para enterrarte a medida que más popularidad alcances. Esa es la realidad en una sociedad que busca constantemente tirar hacia abajo a las personas que alcanzan el éxito. Le llaman naturaleza humana. Aunque discrepo con el término, pues hasta los leones matan a los cachorros si estos tienen genes ajenos a la propia manada. Los agarran del pescuezo y los desnucan, dejándolos tirados en medio de la sabana africana, para las hienas. Brutal la naturaleza. Brutal. Entonces no me vengan con esas patrañas de que es culpa de la naturaleza humana. Es la naturaleza. Punto.





Un líder —  un verdadero líder — no se jacta de serlo. Lo asume con caballerosidad, y sobre todo, responsabilidad. Tampoco se inmiscuye en peleas absurdas sobre un par de palabras escritas en una red imaginaria. Y peor aún, a través de redes, lanzar desafíos públicos para probar su valor. En ese momento, su liderazgo se hace trizas, se rompe en miles de pedazos que difícilmente pueden ser reconstruidos. He sido testigo de como estos pseudo lideres lo hacen y me causa gracia, indignación y hasta un poco de vergüenza. Después de todo, hay personas que los siguen y ese es el gran problema, pues los arrastran en una espiral de valores negativos que lo único que hacen es seguir pudriendo esta — ya de por sí podrida —  sociedad en la que vivimos.


A pesar de ello, es fácil retomar el camino correcto. Los errores y fracasos son los pilares que sostienen el carácter de las personas. Y después de todo, a pesar de las diferencias y variaciones en las formas de pensar que hay en el mundo, el carácter noble se aprecia aquí, en la tundra helada de Canadá y hasta en la sabana africana. Los espíritus nobles y valientes han sido apreciados y estudiados a lo largo de la historia de la humanidad. Una similitud que tienen todos ellos, es una excelente manera de corregir el rumbo. Es un sencillo habito de no tomarse las cosas personalmente.


Uno de los cuatro acuerdos de la sabiduría tolteca es: no te tomes nada personal. Lamentablemente este acuerdo no se cumple muy a menudo en nuestra sociedad. La gente se ofende por todo, y esto potencia la mala costumbre de evitar comentarios o sugerencias por temor a que las personas se ofendan y los demanden civilmente. Los ofendidos crean grupos en Facebook, sindicatos, incluso llevan agendas políticas que afectan los cimientos mismos de nuestra sociedad. Llegando a extremos de querer modificar el lenguaje y eso, amigos míos, está corroyendo las bases mismas de nuestra sociedad. Corremos el grave peligro de ser liderados por una generación de personas criadas en familias rotas que poseen una molestosa tendencia a creerse merecedores de todo sin haber hecho el merito para ganárselo. Quieren todas las ganancias sin invertir un céntimo. Lo vemos todos los días, en las escuelas, las universidades, los lugares de trabajo.

Sin embargo, tengo la fe de que resistiremos. Queda de tarea, amigos, que en esta nueva vuelta al sol — que comienza en cuestión de días nada más — hagan la promesa de cumplir un sencillo hábito:


No se tomen nada personal.


Estoy seguro que verán cambios asombrosos en su vida y en las personas que los rodean. Que el año que viene sea el mejor para todos. Y si el año que pasó no fue bueno — puede suceder, nadie es inmune a las desgracias. Espero que puedan superarlo y pasar la página con la frente en alto, estoicamente hasta que pase la tormenta. Citando el famoso himno del Liverpool,

“Y no tengas miedo a la oscuridad Al final de la tormenta Hay un cielo dorado.”

ED

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