Dicen por ahí que mis ensayos son un poco atolondrados. Que paso de una idea a otra sin una transición que permita al lector entrar sutilmente en la siguiente. Dicen que son muy cortos. Dicen. Dicen. Dicen.
¿Y yo? Pues yo sigo escribiendo. Pero no, no es por aquel viejo cliché de que no me importa lo que piense la gente. Porque después de todo, por más lobo solitario que una persona crea que es, inevitablemente vive en una sociedad y depende de sus interacciones y sus conexiones, ya sean verbales o escritas. Entonces si, si debería importarme lo que piensa la gente. De lo contrario, debería irme solo a una cabaña en medio del bosque, vivir de la permacultura y la caza, pasar mis días leyendo jugadas de ajedrez de los grandes maestros de siglos pasados y nunca más interactuar con otro ser humano hasta convertirme en un bufé de lombrices. Pero ese no es el caso.
Ahora, el arte está en escuchar y filtrar aquello que suma – y no aquello que resta. Imagina por un momento que tienes una red de pescador y te encuentras dentro de un pozo profundo, cuya apertura permite a las personas verte desde la superficie. Se acercan cientos de personas todos los días a ese pozo. Empiezan a lanzar objetos y tu los atrapas con tu red de pescador. Unos lanzan mierda, otros lanzan monedas de oro: tu decides lo que atrapas y lo que dejas ir.
No es un don cualquiera y tampoco es una tarea fácil, puede tomarte toda una vida aprenderlo. Y es que algunas veces, incluso personas cercanas y muy queridas serán las que te traen la mochila llena de heces y te piden que les ayudes a cargarla. Lo bueno es que las lecciones que se aprenden en carne propia suelen ser más fáciles de entender — pero mucho más difíciles de aceptar, eso si.
Después de llevar algunas mochilas de mierda durante la vida, aprendes a detectar el peso, el olor, e incluso a notarla solo con mirar a los ojos de la persona que te pide que la cargues. Y, con respeto — pero con firmeza, la misma firmeza con la que un soldado aprieta el gatillo frente a un paredón de ejecución — debes dejar la mochila en el suelo y decirle que la cargue ella misma.
Lo bueno es que también existe el otro lado, el de aquellas personas que lanzan monedas de oro. Aquellas que te dicen la verdad que no quieres escuchar y también las te dan la mano para levantarte, mientras el resto te patea en el piso. Es a ellas a quienes debemos aprender a escuchar, y cuando ellas lanzan sus monedas, extender la red y dejar que caiga todo ese oro dentro del alma.
Mi abuelo Rodrigo — no hay día en que no piense en su legado y ejemplo — fue una persona que seleccionaba cuidadosamente su sordera. Para escuchar pendejadas mejor prefería el silencio. En cambio, cuando se encendía una conversación sincera con una persona que tenía aunque sea una pizca de sentido común, sus palabras fluían como ríos en temporada lluviosa. Y esas palabras amigos míos, eran oro puro.
Hace poco, en una competencia de Jiu Jitsu, me asombró ver a un grupo de personas gritar al unísono una barbaridad de idioteces para supuestamente ayudar a un atleta de su equipo que luchaba en ese momento. Una orquesta absurda de gritos e indicaciones incorrectas, que lo único que hacían era marear al pobre infeliz que ya de por sí no tenía idea de lo que estaba haciendo. Ahí yacía tendido en el piso, con la panza peluda del oponente diez kilos más pesado, asfixiándolo, mientras un coro de insensateces invadía el ambiente. En esos momentos de tormenta, más que nunca, hay que aplicar la sordera selectiva— hay que saber a quien escuchar y, sobre todo, qué escuchar.
Mi objetivo, como entrenador, es dar indicaciones puntuales y precisas para no aturdir el estado de flujo del competidor. Información útil, cómo el tiempo transcurrido, o el puntaje en caso de que no pueda ver la pizarra. Quizás una pequeña indicación posicional: ganar una esgrima o evitar la mano derecha del oponente. Pero toda indicación debe ser sencilla y directa. No tiene sentido emular un control de videojuego y aplastar aleatoriamente todos los botones y esperar que el atleta haga algo nuevo. El desenlace ya estaba predestinado hace tiempo, en el entrenamiento. ¿Qué sentido tiene estar gritando como desquiciado? ¿Para qué estresar al individuo que ya de por sí está en una situación estresante?
Aprender a usar la Sordera Selectiva, es una virtud. En este sentido, tal vez sí tenga yo un estilo de escritura alborotado e incongruente para algunas personas. Pero aquí va un secreto: me vale tres atados de paloma. Y es que también existen aquellos que leen mis ensayos y de una u otra forma logran acariciar alguna idea o sentimiento positivo que les hace pensar, y más allá de eso, tienen la amabilidad de decírmelo. Para ellos, tengo los oídos bien abiertos – incluyendo las criticas constructivas e inteligentes. Cuidado con pensar que mantengo los oídos abiertos solo para los halagos. Si ese fuera el caso, estaría jodido.
Pasa el tiempo y, a pesar de que aún cae un poco de mierda en la red de cuando en cuando, por lo menos ya tengo la experiencia suficiente para sacarla, lavar la red y seguir. Y ahora sé que, eventualmente, caerán aquellas monedas de oro que me sirvan para ser una persona de bien.
ED
Profesor Esteban. Decir la verdad que a uno le sale del corazón no creo que sea echar a su red monedas de oro, si no mas bien es reconocer que todavía hay personas en el mundo de las cuales vale la pena aprender. Lo que leo siempre en su blog para mí es un aporte a mí vida diaria. UD siempre me aclara mis pensamientos y sobre todo mi lado racional, lado que por los problemas que me agobian no siempre está presente. Más bien le quiero agradecer porque sus enseñanzas con lo que escribe terminan por no solo sacar mi lado racional; si no, por ordenar muchas veces mi vida...Dios le bendiga...