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Supurando miedo 

Estaba sentado en el carro, leyendo una antología de ensayos sobre tenis. El sol de la tarde pegaba fuerte, así que traía puestos mis anteojos para lidiar con el reflejo de la luz sobre la pantalla. Entonces, en mitad de un ensayo sobre el talento sobrenatural de Roger Federer, vi un carro blanco detenerse a mi lado.


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Recordé una conversación con mi hermano la semana pasada, le dije algo así como: — ¡Qué tenaz haber vivido en Medellín en los años noventa, en plena guerra entre carteles de narcotráfico! — a lo que él me respondió, con una certeza escalofriante: — Como aquí, ahora —Emití una pequeña risa nerviosa y me quedé meditando unos momentos en aquello que había dicho mi hermano. Pensé en cuánta razón tenía. Por si no lo saben, o han estado metidos en una cueva los últimos años, actualmente vivimos en el Ecuador más peligroso desde que tengo uso de razón. A pocas cuadras de la Casa de Nariño, en Bogotá, los narcos colocaron un coche bomba que mató a decenas e hirió a cientos en 1993. Pero hace algunos meses estalló un carro bomba en Guayaquil, en una zona comercial concurrida. Estamos en el año 2025 y ahora Ecuador es el narcoestado.


Y por eso, la gente anda más temerosa que nunca — me incluyo en este grupo. Observé el carro y me tranquilicé al ver que era una madre de familia que dejaba a una chica en su casa. La puerta de la casa era de madera y había una puerta más pequeña dentro de ella, que permitía la entrada peatonal. La observé un momento, aliviado de que no había amenaza alguna. Sin embargo, sentí que el miedo había pasado a otras manos. Ahora era la chica quien me miraba con recelo. Torpemente buscaba las llaves dentro de su mochila y, cuando las encontró, se le cayeron sobre la acera. Las levantó hecha un ovillo, insertó la llave y la giró para entrar y cerrar la puerta rápidamente, aún con sus ojos sobre mí, sospechando, elucubrando, temiendo. 


Me quedé pensando en lo poderoso que es el miedo. Primero yo, luego ella. Compartimos algo en común con esa chica desconocida, lástima que haya sido el miedo. 


Supurar: Dicho de una herida, llaga o tumor. Despedir pus. 

Eso dice la Real Academia de la Lengua Española. Y precisamente eso pasa en Ecuador en estos momentos. La sociedad ecuatoriana supura miedo ¿Saldremos de ello?, seguramente sí. Yo creo en los ciclos y pienso que nada en esta vida es absoluto ni para siempre. Entonces, así como el planeta estuvo totalmente cubierto de hielo en algún momento de la historia, este se descongeló y dio paso a selvas tropicales. Así saldremos de estos momentos, tarde o temprano. Sin embargo, de la misma manera en la que la herida supura, duele y apesta en su momento; cuando sana, siempre deja una cicatriz. Y muchos años después, cuando la rozas sin querer, te acuerdas e indudablemente te transporta de regreso, aunque sea por unos segundos.

 

El castigo — así como la salvación, paradójicamente — termina siendo la memoria. 


ED

 
 
 

* Las opiniones expresadas en este Blog son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan la opinión de COHAB Ecuador.

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